Los partidos belgas están abocados a una negociación acrobática por el gobierno
ANTONIO DELGADO (Corresponsal RNE Bruselas) 13.06.2010 - 06:00h
Absorta en su crisis identitaria, Bélgica afronta las elecciones este domingo de espaldas a la crisis que asfixia a su economía y angustia al resto del mundo. En el país que sucederá a España en la presidencia de la UE, los sondeos auguran un gran estirón del independentismo flamenco y un parlamento ingobernable.
La campaña ha girado sobre la misma cuestión que, desde las elecciones anteriores, en junio de 2007, absorbe estérilmente el debate político del plat pays: el nuevo reparto de competencias entre las regiones y el estado federal.
Un país dividido
Bélgica es un país partido en dos. En el Norte, Flandes, la región más poblada, neerlandófona, próspera, crecientemente nacionalista, reclama más autonomía. En el Sur, Valonia, francófona y deprimida, teme la ruptura.
No hay partidos políticos comunes. Flamencos y valones eligen a sus representantes por separado. Los electos deben después, por imperativo legal, formar una coalición de gobierno con representación de las dos partes.
En medio de todos, Bruselas, el único distrito bilingüe, es a la vez un seguro contra la ruptura -nadie quiere renunciar a ella- y una fuente de conflictos. Las diferencias sobre el régimen político y lingüístico de los municipios que la rodean forzaron la ruptura del último gobierno de coalición.
Lo que dicen los sondeos
En la víspera de las elecciones, el porcentaje de indecisos ronda el 40 por ciento, por lo que las encuestas deben ser manejadas "con pinzas", según advierte en 'La Libre Belgique' el politólogo Vicent de Coorebyter.
Pero, según los sondeos disponibles, la frustración de la mayoría flamenca puede traducirse en un formidable estirón de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), una formación separatista, que aspira a adelantar a los democristianos (CDV) y convertirse en la primera fuerza de Flandes, es decir en el primer partido de Bélgica.
Bart de Weber
Su líder, Bart de Wever, un historiador de 39 años, es la estrella del momento. Audaz comunicador -llegó a participar en un concurso en televisión- explota un discurso populista que acusa a los parados valones de vivir a costa de Flandes. Los periódicos francófonos ven en él al anticristo, para regocijo suyo. Ante la perspectiva de imponerse en los comicios, De Wever ha suavizado su lenguaje y comienza a jugar la carta del estadista responsable, pero sin renunciar a nada. "No vamos a declarar la independencia inmediatamente. Bélgica se evaporará progresivamente", ha dejado dicho.
Pero De Wever no engaña al resto de partidos y, en el caso de ganar, tendrá problemas para encontrar socios con los que gobernar. Algunos analistas prevén que, en caso de bloqueo, la única opción pase por dar el poder al un francófono, un escenario inédito en las últimas tres décadas.
Con la presidencia europea en puertas
El mejor colocado sería el veterano socialista Elio di Rupo, la antítesis casi perfecta de De Wever. Sin llegar a satanizarlo, muchos flamencos ven en Di Rupo la causa del retraso de Valonia, ergo, del expolio fiscal de Flandes.
Así las cosas, la incertidumbre es máxima y, sea cual sea el resultado, lo único claro, es que, a partir del lunes, los partidos belgas se verán abocados a negociar una nueva solución acrobática para formar gobierno. Se da por sentado que no habrá gobierno antes del 1 de julio, fecha en que Bélgica debería tomar el testigo de España en la presidencia rotatoria de la UE.
La gran noticia de la campaña es el olvido de la crisis financiera, menos profunda que la identitaria, pero de efectos más devastadores. Con una deuda pública equivalente al 96,7 por ciento de su PIB -la tercera mayor de la UE-, algunos analistas ven a Bélgica como un candidato potencial a la quiebra. Ningún partido ha dejado claro cómo evitarlo. La patronal belga ha reclamado un "gobierno fuerte", precisamente la opción más improbable
Absorta en su crisis identitaria, Bélgica afronta las elecciones este domingo de espaldas a la crisis que asfixia a su economía y angustia al resto del mundo. En el país que sucederá a España en la presidencia de la UE, los sondeos auguran un gran estirón del independentismo flamenco y un parlamento ingobernable.
La campaña ha girado sobre la misma cuestión que, desde las elecciones anteriores, en junio de 2007, absorbe estérilmente el debate político del plat pays: el nuevo reparto de competencias entre las regiones y el estado federal.
Un país dividido
Bélgica es un país partido en dos. En el Norte, Flandes, la región más poblada, neerlandófona, próspera, crecientemente nacionalista, reclama más autonomía. En el Sur, Valonia, francófona y deprimida, teme la ruptura.
No hay partidos políticos comunes. Flamencos y valones eligen a sus representantes por separado. Los electos deben después, por imperativo legal, formar una coalición de gobierno con representación de las dos partes.
En medio de todos, Bruselas, el único distrito bilingüe, es a la vez un seguro contra la ruptura -nadie quiere renunciar a ella- y una fuente de conflictos. Las diferencias sobre el régimen político y lingüístico de los municipios que la rodean forzaron la ruptura del último gobierno de coalición.
Lo que dicen los sondeos
En la víspera de las elecciones, el porcentaje de indecisos ronda el 40 por ciento, por lo que las encuestas deben ser manejadas "con pinzas", según advierte en 'La Libre Belgique' el politólogo Vicent de Coorebyter.
Pero, según los sondeos disponibles, la frustración de la mayoría flamenca puede traducirse en un formidable estirón de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), una formación separatista, que aspira a adelantar a los democristianos (CDV) y convertirse en la primera fuerza de Flandes, es decir en el primer partido de Bélgica.
Bart de Weber
Su líder, Bart de Wever, un historiador de 39 años, es la estrella del momento. Audaz comunicador -llegó a participar en un concurso en televisión- explota un discurso populista que acusa a los parados valones de vivir a costa de Flandes. Los periódicos francófonos ven en él al anticristo, para regocijo suyo. Ante la perspectiva de imponerse en los comicios, De Wever ha suavizado su lenguaje y comienza a jugar la carta del estadista responsable, pero sin renunciar a nada. "No vamos a declarar la independencia inmediatamente. Bélgica se evaporará progresivamente", ha dejado dicho.
Pero De Wever no engaña al resto de partidos y, en el caso de ganar, tendrá problemas para encontrar socios con los que gobernar. Algunos analistas prevén que, en caso de bloqueo, la única opción pase por dar el poder al un francófono, un escenario inédito en las últimas tres décadas.
Con la presidencia europea en puertas
El mejor colocado sería el veterano socialista Elio di Rupo, la antítesis casi perfecta de De Wever. Sin llegar a satanizarlo, muchos flamencos ven en Di Rupo la causa del retraso de Valonia, ergo, del expolio fiscal de Flandes.
Así las cosas, la incertidumbre es máxima y, sea cual sea el resultado, lo único claro, es que, a partir del lunes, los partidos belgas se verán abocados a negociar una nueva solución acrobática para formar gobierno. Se da por sentado que no habrá gobierno antes del 1 de julio, fecha en que Bélgica debería tomar el testigo de España en la presidencia rotatoria de la UE.
La gran noticia de la campaña es el olvido de la crisis financiera, menos profunda que la identitaria, pero de efectos más devastadores. Con una deuda pública equivalente al 96,7 por ciento de su PIB -la tercera mayor de la UE-, algunos analistas ven a Bélgica como un candidato potencial a la quiebra. Ningún partido ha dejado claro cómo evitarlo. La patronal belga ha reclamado un "gobierno fuerte", precisamente la opción más improbable
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