La nueva cúpula europea contará con una potente red de embajadas en 150 países para fortalecer la influencia exterior de los Veintisiete
22.11.09 - 00:30 -
FERNANDO PESCADOR CORRESPONSAL. BRUSELAS/ La Verdad
22.11.09 - 00:30 -
FERNANDO PESCADOR CORRESPONSAL. BRUSELAS/ La Verdad
El esfuerzo de reforma acometido por la Unión Europea con la fallida Constitución, de la que el Tratado de Lisboa es casi un calco en lo que a la sustancia se refiere, responde a dos necesidades: mejorar el funcionamiento interno, resentido por las sucesivas ampliaciones de la UE, y facilitar la presencia de Europa en el mundo globalizado del siglo XXI. El primer objetivo, que también sirve al segundo, va a pasar momentos difíciles hasta el asentamiento de las nuevos cargos institucionales designados esta semana. La distribución de competencias no está del todo perfilada en la cúpula comunitaria y la convivencia del flamante presidente del Consejo, Herman van Rompuy, con las jefaturas semestrales de los países miembros constituye un territorio a explorar. En cuanto a la labor a desempeñar por Catherine Ashton, nombrada alta representante para la Política Exterior en sustitución de Javier Solana en la decisiva cumbre del pasado jueves, es vital y va a contar con una importante y poderosa herramienta: el nuevo Servicio Exterior de la Unión.
Un actor que se pretende global en el mundo de nuestros días tiene que desplegar una labor diplomática con su propio músculo militar. La Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE fue enunciada en el Tratado de Maastricht, que entró en vigor el 1 de noviembre de 1993, pero hasta junio de 1999 Europa no pudo poner en marcha la vertiente de defensa de sus intereses internacionales. Para poner todo ello en pie, Javier Solana, que dejaba la OTAN, fue nombrado alto representante. En diez años, Europa ha pasado a desempeñar un papel objetivo en la escena internacional que reconocen hasta los euroescépticos británicos. «El progreso de la UE en el perfilamiento de sus políticas exterior y de defensa ha sido innegable», subrayaba en 2006 Jean-Yves Haine, miembro del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.
En un balance de última hora, Javier Solana declaraba al Project Syndicate -una prestigiosa asociación internacional que recoge análisis de las personalidades más destacadas- su satisfacción porque «en 10 años, hemos puesto en marcha 20 operaciones en tres continentes para ayudar a prevenir la violencia, restablecer la paz y reconstruir después de un conflicto. Desde Kabul hasta Pristina, desde Ramala hasta Kinshasa, la UE vigila fronteras, supervisa acuerdos de paz, da formación a las fuerzas policiales, organiza sistemas de justicia penal y protege a los mercantes de los ataques piratas».
Todo este trabajo se ha hecho con una gran precariedad de medios. El equipo que Solana dirige no alcanza al millar de funcionarios, pero ahora, con el Tratado de Lisboa, toda la fuerza de trabajo de la Comisión Europea se va a conjugar con la del Consejo para atender a las necesidades que se establezcan con plena unidad de acción. El nombramiento de Van Rompuy como presidente, de hecho, persigue impulsar el día a día comunitario y coordinar las decisiones de los Veintisiete para evitar complicaciones por los cambios en las presidencias semestrales.
6.000 funcionarios
La potencia del servicio exterior de la Comisión, pieza clave en el nuevo engranaje comunitario, es más que notable, ya que cuenta con más de 6.000 funcionarios. Se trata de uno de los cuerpos diplomáticos más grandes del continente. Está acreditado en 150 países y dispone de 130 delegaciones.
Toda esa fuerza diplomática, a la que se sumarán funcionarios nacionales en número aún por establecer, no va a suplantar a las respectivas de los Estados miembros. Estará al servicio de lo que la UE decida realizar en el mundo, de acuerdo con los procedimientos definidos: acciones comunes y, ahora, con el Tratado, cooperaciones reforzadas en cuestiones relacionadas con la seguridad y la defensa que unos socios decidan poner en marcha sin esperar a la unanimidad del Consejo.
En el ámbito de las relaciones internacionales y la defensa, el Tratado introduce dos modelos de cooperación entre grupos de Estados miembros: las misiones que acometan los países que así lo deseen en nombre e intereses de la Unión y el que se denomina «cooperación estructurada». Con ambos, la nueva Europa apuesta por multiplicar su papel y presencia en el mundo.
La integración de la representación exterior de la UE, a los efectos conferidos por los tratados suscrito, va a facilitar una acción coherente de Europa en el exterior, que ahora se presenta fragmentada cuando no duplicada. Las expectativas son grandes.
Un actor que se pretende global en el mundo de nuestros días tiene que desplegar una labor diplomática con su propio músculo militar. La Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE fue enunciada en el Tratado de Maastricht, que entró en vigor el 1 de noviembre de 1993, pero hasta junio de 1999 Europa no pudo poner en marcha la vertiente de defensa de sus intereses internacionales. Para poner todo ello en pie, Javier Solana, que dejaba la OTAN, fue nombrado alto representante. En diez años, Europa ha pasado a desempeñar un papel objetivo en la escena internacional que reconocen hasta los euroescépticos británicos. «El progreso de la UE en el perfilamiento de sus políticas exterior y de defensa ha sido innegable», subrayaba en 2006 Jean-Yves Haine, miembro del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.
En un balance de última hora, Javier Solana declaraba al Project Syndicate -una prestigiosa asociación internacional que recoge análisis de las personalidades más destacadas- su satisfacción porque «en 10 años, hemos puesto en marcha 20 operaciones en tres continentes para ayudar a prevenir la violencia, restablecer la paz y reconstruir después de un conflicto. Desde Kabul hasta Pristina, desde Ramala hasta Kinshasa, la UE vigila fronteras, supervisa acuerdos de paz, da formación a las fuerzas policiales, organiza sistemas de justicia penal y protege a los mercantes de los ataques piratas».
Todo este trabajo se ha hecho con una gran precariedad de medios. El equipo que Solana dirige no alcanza al millar de funcionarios, pero ahora, con el Tratado de Lisboa, toda la fuerza de trabajo de la Comisión Europea se va a conjugar con la del Consejo para atender a las necesidades que se establezcan con plena unidad de acción. El nombramiento de Van Rompuy como presidente, de hecho, persigue impulsar el día a día comunitario y coordinar las decisiones de los Veintisiete para evitar complicaciones por los cambios en las presidencias semestrales.
6.000 funcionarios
La potencia del servicio exterior de la Comisión, pieza clave en el nuevo engranaje comunitario, es más que notable, ya que cuenta con más de 6.000 funcionarios. Se trata de uno de los cuerpos diplomáticos más grandes del continente. Está acreditado en 150 países y dispone de 130 delegaciones.
Toda esa fuerza diplomática, a la que se sumarán funcionarios nacionales en número aún por establecer, no va a suplantar a las respectivas de los Estados miembros. Estará al servicio de lo que la UE decida realizar en el mundo, de acuerdo con los procedimientos definidos: acciones comunes y, ahora, con el Tratado, cooperaciones reforzadas en cuestiones relacionadas con la seguridad y la defensa que unos socios decidan poner en marcha sin esperar a la unanimidad del Consejo.
En el ámbito de las relaciones internacionales y la defensa, el Tratado introduce dos modelos de cooperación entre grupos de Estados miembros: las misiones que acometan los países que así lo deseen en nombre e intereses de la Unión y el que se denomina «cooperación estructurada». Con ambos, la nueva Europa apuesta por multiplicar su papel y presencia en el mundo.
La integración de la representación exterior de la UE, a los efectos conferidos por los tratados suscrito, va a facilitar una acción coherente de Europa en el exterior, que ahora se presenta fragmentada cuando no duplicada. Las expectativas son grandes.
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